Por María José Etchegaray, directora ejecutiva de FIA.
Obnubilados con su aparente abundancia, durante un siglo hemos utilizado el agua como un recurso inagotable en nuestras actividades productivas. Sin embargo, la urgencia de las circunstancias nos hizo reaccionar, y hoy sustentabilidad y eficiencia son conceptos que se van incorporando con fuerza a nuestros estilos de vida y en la industria.
No podía ser de otra manera. El agua es esencial, decisiva para la agricultura y para la vida. El 40% de los alimentos que se producen en el mundo se cultivan en sistemas de riego con agua dulce, y cada vez se hace más evidente que sin una gestión inteligente de este recurso se agravarán los problemas de suministro.
Bajo esta realidad, acumular y distribuir aparecen como desafíos cada vez más complejos.Por eso, desde el gobierno se ha planteado la necesidad de generar un nuevo paradigma, que asuma la finitud de los recursos naturales y la dificultad para recuperarlos cuando el hombre los sobreexplota.
Una mirada con la cual como Fundación para la Innovación Agraria nos sentimos identificados y comprometidos, asumiendo que, entre todos los sectores económicos, la agricultura es por lejos el principal usuario de agua y que la innovación debe desempeñar un papel central en la adaptación al cambio climático, especialmente en el uso eficiente del recurso y en la búsqueda de especies y variedades agroalimentarias que resistan las nuevas condiciones.
Debemos poner en primera línea a la ciencia aplicada y los modelos de transferencia, propiciando una mayor articulación entre los agricultores, la academia y el sector público, de manera que las conclusiones emanadas de este diálogo se traduzcan en políticas de Estado. Lo anterior implica aprovechar la capacidad técnica instalada y aumentar su potencial, pero también se puede vigilar, identificar y adoptar tecnologías desde el extranjero.
Por supuesto se necesitará de una mayor inversión nacional en I+D+i y, en esta transición hacia un uso eficiente, tendremos que ir abordando progresivamente las “4 R” asociadas a la sostenibilidad del recurso hídrico: Reducir (disminuir y optimizar el uso), Reutilizar o Recircular (disponer de la misma agua para 2 o más actividades), Reciclar (tratar las aguas residuales), y Reparar (verificar constantemente que los sistemas y equipos estén en buen estado para evitar fugas y desperdicios).
Asimismo, en nuestra calidad de agencia de innovación, nos hemos propuesto el desafío de difundir conocimiento a los diferentes actores del sector agrario, agroalimentario y forestal, que permita disminuir el riesgo en la toma de decisiones. En tal sentido, es importante destacar que el proceso de adaptación también implica aprovechar las oportunidades que el cambio climático ha abierto a nuestra agricultura. Antiguamente era imposible encontrar manzanos en Temuco, o hablar de vides en el sur. En la actualidad aquello es perfectamente factible, ampliando las opciones productivas en ciertas zonas del país.
Finalmente, un dato para poner atención: entre el agro y el sector forestal suman el 80% de la huella hídrica de Chile. Si observamos lo que ocurrió con la huella de carbono —que en menos de 5 años pasó de ser un concepto que manejaban sólo científicos a convertirse en ley en algunos países, y en un factor de competitividad que llevó a la aparición de protocolos internacionales y certificadoras— es claro que este índice pronto podría adquirir la misma relevancia.
Mejorar la eficiencia hídrica exigirá que todos los usuarios nos hagamos parte del desafío. Hoy nadie puede controlar los efectos del cambio climático, pero detener el despilfarro de recursos y adherir a modelos de desarrollo sostenible es una decisión que sólo requiere de voluntad para actuar articulados bajo un mismo objetivo. Todas las proyecciones indican que en los próximos años las precipitaciones seguirán disminuyendo, pero si como sociedad sabemos leer los signos de los tiempos, habremos garantizado la disponibilidad de agua para las nuevas generaciones.