Valdivia, 5 de agosto de 2016.- El ancestral arte de tejer fibras y transformarlas en utensilios o piezas decorativas fue una de las principales manifestaciones culturales de las comunidades mapuche que, como la mayoría de las tradiciones indígenas, ha sufrido los embates de la modernización y también la pérdida progresiva de los ecosistemas, afectados por la acción del hombre, es el eje de este proyecto de revalorización del patrimonio artesanal del país que culminó este viernes en la ciudad de Valdivia.
Hasta la sede del Instituto Forestal llegaron los 30 artesanos de las 17 familias que fueron directamente beneficiadas con este proyecto, provenientes de distintas localidades de la región de Los Ríos, principalmente Alepúe, comuna de San José de la Mariquina, a 45 km de la capital regional. En el encuentro se dio cierre oficial a esta iniciativa que estuvo a cargo de Juana Palma, investigadora de INFOR, y que además contó con el trabajo de FIA e Indap.
Alepué es un pueblo costero donde viven algunas de las comunidades de mapuches cuya cultura está vinculada al mar: los lafquenches. La mayoría se dedica a distintas actividades asociadas al campo, como la agricultura o el tejido en lana. Pero también son algunos de los últimos ejecutores de la artesanía en pil pil voqui, una enredadera propia de los bosques sureños. Aunque la cestería está tradicionalmente asociada a un trabajo femenino, entre los lafquenches muchos matrimonios llevan a cabo juntos el complejo proceso que hay entre la recolección y el objeto.
“Preparar el material demora prácticamente un mes”, explica Uberlinda Reiman, artesana de Nehuín Bajo. “Lo más complicado es la recolección, a veces hay que meterse en cuatro patas bajo las zarzamoras para sacar un poco de voqui”, detalla.
Por otra parte, el pil pil voqui es un recurso que en las últimas décadas ha comenzado a escasear por tres factores: los campos abiertos, donde entran animales y se comen la raíz, la sequía –requiere una alta humedad- y las plantaciones de eucaliptus de las forestales, que tienden a secar lo que hay alrededor. Por estas razones, uno de los objetivos del proyecto es el de incorporar buenas prácticas de recolección y señalar sectores donde se protegerá su presencia.
De la planta al objeto
Tras la recolección, que puede durar dos o tres días, el pil pil se pone a hervir en grandes rollos durante unas 7 u 8 horas. En ese momento está listo para pasar al proceso más largo: sumergirlo por 20 días en un estero, donde la acción del agua limpiará y ablandará la fibra, que luego deberá terminar de ser limpiada hebra por hebra.
Si la las fibras necesitan ser teñidas, se vuelven a hervir con plantas pigmentadas, lo que demora un día más. Recién ahí el material está listo para ser tejido. Uberlinda explica que las piezas más difíciles de hacer son las redondas: “la gente piensa que usamos moldes”, asegura. Sin embargo, los años de experiencia se reflejan en a habilidad con que crea las piezas: “en hacer un pez me demoro cinco horas, en una panera dos o tres”. Sin embargo, tras un mes de trabajo, por una pieza mediana obtienen entre 5 y 8 mil pesos.
“Sabemos que el proceso donde más adolece hoy la artesanía indígena hoy es en la comercialización”, explica Rodrigo Gallardo, jefe de programas y proyectos de FIA. “por eso decidimos apoyar este proyecto en nuestra línea de rescate patrimonial: creemos que revisar las formas en que se están llevando a cabo los procesos artesanales también es innovar. Por supuesto, siempre con el foco en proteger las prácticas y la tradición cultural que hay tras ellas”, asegura.
En esta línea, en el encuentro se dio a conocer el libro “Recolección de Tallos de pil pil voqui para cestería: Relato de una tradición del pueblo lafquenche de Alepúe”, disponible para libre descarga. Se trata de una investigación cualitativa que ahonda en el significado que tiene para los mapuche este oficio y que deja un registro de este proyecto, que aporta a uno de los objetivos más importantes de la línea de Rescate Patrimonial de FIA: que no se pierdan nuestras raíces culturales.