Miércoles, 24 de junio 2015.- Una tendencia asumida hoy por la industria alimentaria mundial, es enfocar las tecnologías y recursos en agregar valor a la producción de alimentos. Este es el objetivo que persigue la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) del Ministerio de Agricultura, que esta vez analiza el poner sus fichas en el desarrollo de ingredientes funcionales y aditivos especializados de origen natural.
Esto a partir de la elaboración del estudio “Estrategia para el Desarrollo de la Industria de Ingredientes Funcionales en Chile”, con el cual FIA pretende analizar la oportunidad país de producir ingredientes funcionales y aditivos especializados para el mercado internacional. “Ello, junto con identificar las materias primas necesarias en su explotación, si existe una plataforma tecnológica para su desarrollo o si contamos con capital humano, por ejemplo”, explica Soledad Hidalgo, coordinadora de Programas de Innovación-FIA.
A fines del año pasado la Unidad de Desarrollo Estratégico (UDE) de la Fundación, licitó este estudio, adjudicándoselo el Centro de Excelencia Iinternacional WageningenUr Chile, cuyo trabajo con el sector agroalimentario nacional data de 2012. “Paralelo a los contactos internacionales en el tema de alimentación saludable e ingredientes funcionales con los que cuenta, la consultora consideró en su propuesta no solo a tales ingredientes sino también aditivos con funcionalidad tecnológica”, afirma Hidalgo.
Avance
Pero, ¿qué se entiende por ingrediente funcional? Según Francisco Rossier, business development manager de WageningenUr Chile y coordinador del equipo ejecutor del estudio, corresponde al componente activo natural que, al ser agregado a un alimento formulado, le otorga a ese nuevo producto la capacidad de tener un efecto beneficioso sobre la salud, reduciendo el riesgo de enfermedades.
Atributos que en el avance del estudio, confirman la gran oportunidad que tiene Chile si logra explotar dicho rubro. “El hecho de que el consumidor moderno de EE.UU., Europa y Asia hoy exija alimentos no solo sabrosos sino también saludables, ha generado el segmento de ingredientes funcionales. Nicho que ya en 2010 contaba con US$24,2 millones de ingresos después de haber crecido un 31% en cuatro años”, dice Rossier, agregando que el ciclo de éxito de un producto alimenticio con tales ingredientes, listo para su consumo final, demora solo cinco años.
El experto señala que es interesante observar el caso de Holanda que, siendo un país pequeño, de superficie limitada para cultivos, con escasa diversidad climática y una población inferior a los 16 millones, hoy se ubica como el segundo productor de alimentos del mundo por debajo de EE.UU. “Ellos, a partir de la importación de materias primas de otros países, han apostado por agregarle valor a los alimentos, desde la explotación de los ingredientes funcionales. De hecho, su industria agroalimentaria es equivalente a toda la industria exportadora chilena incluyendo la minería”, menciona.
Un ejemplo que según Soledad Hidalgo, hace más auspicioso el escenario local hacia esta industria. “Efectivamente hay una oportunidad para el país, que estamos estudiando a través de este estudio, de producir ingredientes ya sea con funcionalidad para la salud o funcionalidad tecnológica, que permita agregar valor a nuestras materias primas satisfaciendo las demandas por una alimentación cada vez más saludable y natural”, enfatiza.
Capital y desafíos
No obstante, dicho trabajo ya ha sido iniciado por ciertas empresas en Chile que según Francisco Rossier, han aportado con información sobre cómo generar modelos de colaboración y encadenamiento productivo, a fin de aliviar los costos de inversión para el sector exportador local. “La inversión es importante, por eso es fundamental generar modelos de asociatividad en el país. Debemos cambiar el paradigma respecto a la producción de alimentos en nuestro territorio, pensando en términos más mineros. Cuando uno invierte en la explotación de una mina estima un crecimiento a 10 años, es decir a largo plazo, es así como debemos proyectarnos en este sector”, indica el experto.
Rossier complementa que “en estos momentos, no hay muchas herramientas que permitan bajar la incertidumbre a un nivel tal que el productor de alimentos se arriesgue a invertir en capital, cuyos resultados los tendrá después de mucho tiempo. Pero si se articula la asociatividad, ese riesgo disminuye porque se está compartiendo entre varios participantes”, señala, afirmando que lo importante es que el producto final no supere los 10 centavos de dólar en costo de producción.
En cuanto a los desafíos, el especialista apunta a desarrollar más la domesticación de nuestras especies agrícolas y del mar, junto con modernizar la legislación local respecto a este mercado.